Primeramente Paiján fue estudiada por Rafael Larco Hoyle en la cual pudo encontrar unas piedras que sirvieron como punta de flecha de varios miles de años de antigüedad. Hoyle llamó a estos restos la “punta Paiján” . Entonces ya se empezaba a estudiar que esta zona fue habitada por los primeros hombres que llegaron al Perú desde el norte, siguiendo la ruta costera de Centro América, Colombia, Ecuador y el Perú.
Los expertos en climatología han llegado a descubrir que el paisaje del Perú en aquellos tiempos era muy distinto al actual, sabemos que el mar estaba más alejado, aproximadamente 200 metros menos profundo que en la actualidad. Actualmente sabemos que cada año el nivel del mar va aumentando debido al calentamiento global, pero hace 10 mil años el nivel del mar era menos profundo y fue en ese lugar donde se asentaron los primeros peruanos nómades de la época del paleolítico.
Estos primeros habitantes se organizaban en bandas es decir grupos muy reducidos, menos de 10 personas, donde el poder se concentraba en el más experto en dirigir la cazar, manejar las dificultades para sobrevivir y ser violento. Las bandas eran nómades es decir se desplazaban de lugar en lugar a fin de perseguir a su alimento, una vez que consumían todos los recursos que la naturaleza ofrecía en un lugar, dejaban esta área, para buscar otra y así volver a consumir todos sus recursos, por eso los economistas han llamado a este tipo de economía como predatoria.
Es decir los primeros habitantes no producían nada y sólo consumían aquello que la naturaleza producía. Claro que la riqueza del mar peruano hacía las cosas más fáciles y es por eso que los primeros hombres, se quedarían mucho tiempo en Paiján, ya que el recurso marino era abundante y no era tan necesario movilizarse a otro lugar, ya que la pesca daba todos los recursos necesarios para sobrevivir. Ahora la movilización si se haría necesario cuando ocurría el fenómeno del Niño, altamente destructor para los peruanos de todas las épocas.
La industria lítica de la costa norte se componía de puntas de proyectil triangulares, de bordes rectos o ligeramente cóncavos. Tenían pedúnculo en la base con que se las fijó a un soporte de madera para usarlas como arpón en la caza de grandes peces en los estancos. Por ellos son más grandes y agudas que las serranas.
Para la actividad doméstica utilizaron raederas, con que prepararon pieles, y denticulados que sirvieron como una especie de sierra. El registro de unifaces, artefactos de forma foliácea trabajados por una sola cara, sugiere que pudieron ser usados para raspar y cortar.
También debieron haber usado artefactos de madera y astas de venado que, con el tiempo y las condiciones medio ambientales, desaparecieron. La ausencia de raspadores indica que no existió la caza de animales mayores como cérvidos y camélidos.
Sitios de la tradición Paijanense han sido documentados en el área comprendida entre Lambayeque e Ica. Los sitios mejor estudiados se ubican en los valles de Chicama y Moche, (Cupisnique, Quebrada Santa María, La Cumbre, Quirihuac, Santo Domingo y Playa Grande), Casma y Ancón-Chillón en la costa central.
Para esta tradición se han definido campamentos, canteras y talleres. Los campamentos, instalados al aire libre, en abrigos rocosos o en cuevas, fueron destinados para la vivienda del grupo, donde desarrollaron sus actividades domésticas.
En las canteras, sitios de obtención de materia prima, los varones adultos transformaron la piedra en artefactos rudimentarios denominados bifaces. Posteriormente, en los talleres, se culminó el trabajo, transformando los bifaces en puntas de proyectil.
Durante el proceso para obtener bifaces se emplearon martillos de piedra o percutores (guijarros). Luego, para transformar los bifaces en puntas de proyectil usaron percutores de piedra y madera y finalmente retocadores.
El hombre de Paiján alcanzó hasta 1.68 m de estatura, tenía cabeza larga, rostro angosto y alto y abertura nasal estrecha. Enterraron a sus muertos en posición flexionada, recostados lateralmente, envueltos en esteras y, en algunos casos, colocados sobre brasas. Un colgajo de cuenta hecha con vértebra de pescado encontrado en uno de los entierros, sería la más antigua ofrenda funeraria en la cultura andina.
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